Imagino, ergo Vivo
(Sin imaginación, no puedo vivir)
Eso es lo que siento y pienso al levantarme de la cama.
Me imagino cada momento esperando a la vuelta de cada esquina. O tal vez, después de cada suspiro, imaginando colores y olores, caras con sonrisas y llantos, con sufrimiento y deseos llenos de abrazos y besos.
Lo que si es seguro, es que nada es seguro en este mundo.
Aún así, sigo respirando con esa obsesión constante de imaginarme el mundo a mi alrededor, y transformarlo con toda la intención de hacerlo llevadero, interesante y hasta excitante.
El problema es que al imaginármelo, reconozco su existencia de hecho y me distanció de mi amor.
Esa hermosa mujer que veo acostada en la cama, mirándome, cuál musa de Amadeo Modigliani, en fondo rojo intenso y ocre imperial romano.
Donde sus curvara sinuosas y ojos me embrujan e hipnotizan, me secuestran y me adhieren a su ser con la intimidad más pura y eterna. Ella me aterriza al mundo sin necesidad de imaginármelo.
Pero así, consigo lo que siempre deseo, su beso eterno, descansando en sus brazos en paz y sosiego.
Y después de un rato, empiezo a imaginarme el día, porque ella quién es mi mundo en piel y latido, se va a trabajar y me desea un buen día, sin ella.
Por eso, necesito mi imaginación para sobrevivir hasta nuestro reencuentro, que ya recreo con sumo placer y ansia.
Jorge Troncone O.