Son ellos un par de jóvenes cruzando la esquina.
Tomados de la mano, temblando y temerosos.
No sé porque sospecho que quizás por falta de amor desde niños.
Tal vez, simplemente por hambre, sed.
O por abstinencia a excesos de alcohol y drogas en que desesperados se han sumergido y aturdido como cura y fuga a tanta tristeza y hondo dolor.
Ellos, unos desafortunados ya desde su germinación, muy probablemente de padres accidentales, bajo fatiga de sueños rotos despojados de todo amor posible e incapaces de darlo. Absorbidos en su miseria.
Me invento sus nombres que bien podrían ser Bobby y Tammy.
De tez blanca y ojos grises azulados pálidos, quemados por el sol subtropical de Florida dónde nadie los conoce, ni les importa, ya que vienen de sólo Dios sabe dónde.
En esta esquina llena más de autos que de gente, en medio del asfalto duro en un país gigante y abominablemente frío e insensible.
Especialmente, de las almas dolidas y heridas, cómo estás que se atraviesan en mi camino.
Yo apurado a llegar a mi trabajo que a duras penas soporto pero necesito por ese burdo dinero.
Ya sin ánimo ni emoción preocupado por sinsentidos y dolido por sueños abandonados.
Asi, ambos, lejos de la felicidad, nos entrecruzamos.
Nos conseguimos ese instante fugaz pero eterno.
Ellos con temor a ser arrollados por alguien como yo, casi ciego a su presencia, desaparecidos del mundo, apenas siluetas tenues.
Pero yo los vi y los sentí, haciéndome llorar conectado con este nuestro profundo pesar, abofeteándome en la cara.
Dejándome saber que sufren sin decir nada con su caminar torpe y errático.
Yo solidario, les mando un fuerte abrazo como hermanos de vida y ruego al Universo misericordia por ellos.
Porque ya han sufrido demasiado y merecen de sobra paz, serenidad, y un lugar dónde vivir y volver a soñar.
Poder rescatar la sonrisa noble y grande en sus corazones con ese amor que se regalan temblorosos cada día en silencio, bajo la lluvia.
Con ese deseo me despido de ellos hasta nuestro próximo encuentro.
Espero no sea bajo la fría lluvia, ni el abandono del mundo, ni nunca más, frágiles.
Jorge Troncone Osorio.