Es ese espacio y tiempo vacío de sombra y luz, dónde y cuándo sólo persiste la angustia latente pero voraz en mi mente que NO puede detenerse y corre despavorida en un millón de posible formas de subsistir, imaginando la muerte.
Sí, ya la muerte o falta de vida, cómo el pegostoso resollar del abandono.
De esa falta de mirada y mucho menos voz o palabra y olvídate de abrazo o muestra alguna de cariño de ese gigante que deambula por ahí,
llamado padre.
No puedo dejar de perseguirlo con la mirada, trato de clavar mi alma a su sombra y ver si al menos, se percata que existo y estoy ahí, oscuro silente pero atemorizado y pálido al terror a perderte.
Pero entre los miles de pensamientos,
me percato que nunca lo he tenido a mi lado.
Porque él, siempre ha obviado mi nombre, y en el mejor de los casos, dándome la espalda, eleva un dedo de su mano derecha para señalarme, sin emocion alguna, que lo siga.
Yo, corro despavorido, cien metros en 5 segundos, para que no me deje atrás, mas allá de su sombra.
En su sombra, imagino como seria estar atado a su mano y su risa.
Y más aún, su palabra enunciando mi nombre o simplemente decirme:” hijo”.
Pero ya a mí edad de soledades y silencios aprendí que NO ocurrirá.
He concluido que él, nunca será mi padre.
Me rindo a su lejanía perenne y abismal, más allá de la puesta del sol y me digo:
“Ya no puedo necesitarte, ni adorarte, ni siquiera existirte, porque la angustia me ahoga el ser, siendo ahora yo el que te calla y ciega de mi alma. Yo el que te coloca en un cubículo del imposible y ahí desapareces.”
Te mueres y llorando tu partida definitiva me emborracho del último dolor por tres días y tres tres noches.
Finalmente, me levanto sintiendo absolutamente nada.
Y cuándo me pregunten si tengo padre, les diré que murió hace mucho tiempo y que ni me acuerdo de él.
Cambio de tema como si nada, porque al final y al cabo,
la nada se interpuso entre su imagen y la mía y fue solo un espejismo de mis deseos y sueños.
Y ya eso no existe.
Yo, ahora, me invento todos los días. Sin saber muy bien quién soy, pero lo único cierto y sólido es que nunca tuve padre y lo peor, es que ya no me importa, y la vida, tampoco.
Tal vez, morí el día que lo borré de mi ser.
Tal vez soy sólo un espejismo y aún, no me he dado cuenta.
Así, respiro y camino, duermo e ingiero alimentos sin sabor ni olor y hasta tengo sexo con cuerpos jadeantes que no siento.
Y prosigo el interminable desasosiego de mi presencia en este mundo insípido y gris.
Pero por razones más allá de mi, descubro que existo a través de mi grito a voces con letras aquí plasmadas.
Postulando mi hondo dolor y así mi ser,
sea cual sea.
Jorge Troncone O.
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